UN VIAJE INESPERADO
UN VIAJE INESPERADO
Tammy se acomodó en el compartimento vacío del tren con destino a la estación de Providence en California. Dejó el trasportín de Timmy, su pequeño Yorkshire, en el asiento de al lado. Suspiró, deseando que el tren arrancara cuanto antes. Si no subía nadie más, quizá pudiera soltarle un rato, ¡era un viaje tan largo! Recordó la regañina de su madre.
—¿Por qué tienes que venir en tren desde Nueva York? ¿Es que no hay un aeropuerto allí? ¿O piensas quedarte las Navidades en el conservatorio, tocando ese horrendo trombón?
Su madre nunca había comprendido ni su miedo a volar, ni su pasión por la música. Pero, al menos, había accedido a que se matriculara en el conservatorio, a pesar de la distancia. Tenía muchas ganas de decorar el árbol de Navidad y de hacer dulces con su abuela. Era duro estar tan alejada de ellos. Sobre todo, porque no congeniaba demasiado con sus compañeros. Quizá fuera porque era más pequeña que el resto. A sus quince años era la alumna más joven de la Escuela Juilliard. Además, estaba el hecho de que usaba gafas, era algo bajita y desgarbada y solía balbucear cuando se ponía nerviosa. Cerró los ojos, deseando de nuevo que el tren arrancara y, a ser posible, que llegara cuanto antes a Providence.
El zarandeo del tren sacó a Tammy de sus pensamientos. Contempló como abandonaban la estación. Sacó a Timmy y el pequeño perrito empezó a saltar a su alrededor para acabar subido a sus rodillas, lamiéndole la cara sin dejar de menear su cola. Tammy rió feliz ante las carantoñas de Timmy.
—Tienes la risa más bonita que he oído jamás —exclamó un muchacho, que había abierto la puerta sin que ella se diera cuenta —¿puedo?
No terminó la frase y se metió de golpe en el compartimento cerrando la puerta tras de sí. Enseguida se escucharon varios pasos de gente que corría y llamaron a su puerta. El muchacho, aterrorizado, negaba con la cabeza. Ella asintió. Por lo visto no quería que le encontraran. En una situación normal no le habría hecho ni caso, sobre todo porque se trataba de un completo Adonis, rubio, alto, de ojos azules, atlético. Es decir, su antítesis, se mirara, como se mirara. Pero Timmy había saltado a sus rodillas y estaba totalmente feliz, con las carantoñas del recién llegado, que suplicaba a Tammy con la mirada. Abrió un poco la puerta del compartimento, lo justo para poder sacar la cabeza sin que vieran al joven.
—¿Que queréis? —preguntó, al encontrarse frente a un grupo de chicas que parecían sacadas de una película de animadoras.
—Oh, nada, nada, un chico como él, nunca se metería en un compartimento con tan poca clase —exclamó la rubia que parecía la líder.
—Desde luego, si es un tipo de la vuestra, yo no le dejaría entrar —respondió furiosa.
Cerró la puerta dejando a la supuesta animadora sin saber si aquello había sido un insulto o no, para quedar frente al chico que se reía con ganas. Bueno, al menos no es un completo inútil, pensó Tammy.
— Esa ha sido muy buena —exclamó el chico —por cierto, me llamo Tommy.
—Tammy y él es Timmy —se presentó, señalando a su perrito que seguía junto a Tommy.
—Timmy, Tammy, Tommy y Temmy —repitió el muchacho, rascándose la barbilla.
—¿Temmy? —preguntó Tammy.
—Es mi gata, la tengo aquí —contestó Tommy, sacando a su pequeña gata del bolsillo delantero del jersey.
—¡No! —gritó Tammy intentando coger a Timmy.
Lo que a continuación se desató en aquel diminuto compartimento del tren, fue un auténtico caos, Timmy perseguía Temmy mientras Tommy y Tammy intentaban atraparlos sin lograr nada más que caerse al suelo. Se encontraron sentados el uno frente al otro, mientras Temmy y Timmy corrían formando un círculo invisible. Tammy parpadeó un par de veces creyendo ver una extraña pared irisada.
—¡Temmy para, por favor! —gritó Tommy histérico.
Tammy pensó que su reacción era algo exagerada, hasta que se dio cuenta de que lo que le había parecido una ilusión óptica, era real. A su alrededor se había levantado una pared que cambiaba de color como si fuera una aurora boreal. Dejaron de sentir el traqueteo del tren y los ruidos se transformaron en un silencio sepulcral. De repente, sucedieron varias cosas a la vez, Temmy tropezó. Timmy la alcanzó y la barrera se deshizo. Sin fijarse siquiera donde se hallaban, Tommy y Tammy se lanzaron hacia sus mascotas creyendo que se matarían, para frenar en seco al ver la escena. Timmy estaba lamiendo de arriba a abajo a Temmy que estaba encantada con su nuevo amigo.
—¡Maldita sea, pequeños! Menudo lío habéis formado —exclamó Tommy riendo.
—¿Dónde estamos? —preguntó Tammy.
—No lo sé. Veras, esto, yo, ¿cómo te lo explicó? —balbuceó Tommy.
Tammy se quedó muy desconcertada al ver al gran muchachote tartamudeando turbado, como solía hacer ella cuando hablaba con alguien en el conservatorio. Miró a su alrededor. Se encontraban en un paraje yermo, oscuro y aterrador. Volvió a mirar fijamente a Tommy.
—Eres un hechicero.
—Sí —respondió, mucho más seguro de sí mismo.
A Tommy le había gustado Tammy desde que la viera en el compartimento del tren, pero ahora, además, la admiraba. No estaba asustada, ni rehuía la verdad, como solían hacerlo la mayoría de las personas normales. Sin duda, ella era alguien muy especial.
—¿Tú nos has traído aquí? —preguntó Tammy.
—No, ha sido Temmy, es una guardiana de los portales. Cuando corre a mi alrededor abre un portal para que nos traslademos. Normalmente me lleva donde le pido, pero esta vez todo se ha descontrolado —explicó Tommy avergonzado.
—No es culpa tuya, creo que Timmy y yo hemos tenido mucho que ver —reconoció Tammy —un momento, si puedes viajar instantáneamente ¿por qué has cogido un tren?
—La magia agota y digamos que he estado muy ajetreado últimamente.
—Oh, bien, ¿podrás sacarnos de aquí? —se limitó a preguntar Tammy. Ante la respuesta de Tommy, le habían asaltado muchas más preguntas, como por ejemplo en qué había estado liado, pero aquel lugar le ponía los pelos de punta.
—No, por supuesto que no —exclamó una voz a sus espaldas.
Los dos se dieron la vuelta para encontrarse cara a cara con un ser deforme y horrendo. Con cuernos en la cabeza y el cuerpo lleno de pústulas, a Tammy le recordó a un demonio que describían en el Decamerón. Contuvo un grito y se apretó contra Tommy, mientras Timmy y Temmy se colaban entre sus piernas gruñendo al desconocido.
—Ahora estás en mi territorio Tommy y no pienso dejarte escapar. Tú me has condenado a este infierno y ahora lo vas a sufrir en tus propias carnes —gritó aquel ser, alargando su mano hacia el muchacho.
Antes de que el demonio pudiera alcanzarles con su hechizo, Tommy agarró con fuerza el brazo de Tammy y la arrastró hacia unas rocas. El conjuro de aquel ser despiadado, hizo añicos su refugio. Los corrieron como alma que lleva el diablo, seguidos por sus mascotas. Tammy, agotada, tuvo que detenerse para recuperar la respiración.
—¡Vamos! No podemos detenernos o nos atrapará —suplicó Tommy.
—No puedo más —reconoció Tammy, apoyándose sobre sus piernas —¿qué demonios es eso?
Tommy no respondió. En cambio, la obligó a esconderse de nuevo tras unas rocas. Las explosiones se oían lejanas, como si el demonio hubiera perdido su rastro. El muchacho cerró los ojos. Estaba tan agotado como ella.
—¿Qué está pasando? —insistió Tammy, con lágrimas en los ojos. Timmy saltó a su regazo y le lamió la cara.
—Es complicado —se excusó Tommy, revolviéndose inquieto. Tammy se quedó mirándole fijamente a los ojos. Suspirando, el muchacho agachó la cabeza —. Tenías razón, soy un hechicero.
—Eso ya lo habías dicho y después de lo que hemos visto, no me sirve de aclaración. O mejor, ¿por qué no nos sacas de aquí y luego me lo explicas?
—¿Temmy? —preguntó Tommy, acariciando a su gata.
El animal se estremeció. Parecía tan asustada y agotada como Tammy. La muchacha sintió lástima.
—¿Puedes devolvernos al tren, pequeña? —suplicó Tammy, acariciándola. La gata, ronroneó agradecida. Tammy estuvo a punto de apartar la mano al notar una extraña corriente. Sorprendida, observó que partía de ella una fina luz hacia Temmy. Antes de que pudiera contárselo a Tommy, una voz les sorprendió por detrás.
—¿Creías que podríais huir de mí? ¡Tu me enviaste a este mundo maldito y ahora es mío! ¡No existe un lugar donde podáis esconderos! —gritó el demonio, volviendo a lanzar un conjuro sobre los muchachos, que lograron saltar justo en el último segundo.
Tommy, desesperado, quiso huir, arrastrando de nuevo a Tammy, pero dio un traspiés en la terrible oscuridad y cayó largo cuan era.
—¡Corre! ¡Vete! Sólo me quiere a mí, ¡ponte a salvo! —rugió el muchacho, por encima del ruido que el demonio provocaba con sus explosiones.
—¡No voy a dejarte aquí! —protestó Tammy.
—¡Vete! ¡Nos destrozará a los dos! —insistió Tommy.
—¿No puedes hacer algo? —preguntó la joven, con lágrimas en los ojos.
—Estoy demasiado cansado, yo …
No pudo terminar la frase, un hechizo le alcanzó de lleno. Tommy empezó a gritar y a convulsionar. Tammy gritó, al tiempo que las lágrimas corrían por sus mejillas. Timmy y Temmy se lanzaron contra el demonio para acabar tendidos junto a Tommy, estremeciéndose de dolor. Viéndolos retorcerse de aquella forma, algo empezó a surgir de lo más profundo de su alma.
Casi sin darse cuenta, entonó una dulce melodía. La oscuridad se contrajo, como si huyera de la hermosa voz, que cada vez era más potente. Pronto, el trino de los pájaros acompañó a la voz de Tammy, que se dio cuenta que sus amigos habían dejado de temblar. El demonio gritó algo, pero Tammy no dejó que se oyera, cantando con más fuerza su bella melodía. A su espalda salió el sol, alumbrando un nuevo día y devolviendo los colores a aquel mundo oscuro. En cuanto los rayos del sol alcanzaron al demonio, gritó y desapareció.
Tammy se sentía mejor, pero, viendo que sus amigos permanecían dormidos, siguió cantando. Por alguna extraña razón, sentía que su voz podía despertarles. Se agachó, sin dejar de cantar y acarició a Temmy y a Timmy. La gata y el perro se levantaron y empezaron a saltar a su alrededor. Entonces se calló y besó a Tommy. Antes de que pudiera apartarse, éste le devolvió el beso, abrazándola con fuerza.
—Eres una hechicera —aseguró Tommy, levantándose.
Ayudo a una muy ruborizada Tammy a incorporarse. Timmy y Temmy seguían saltando a su alrededor.
—No, yo … —empezó a balbucear Tammy. Ella no podía ser una hechicera, ¿o sí?
—Shh, espera, no es un buen lugar, aunque lo hayas sanado —interrumpió Tommy —Temmy, ¿podrías devolvernos al tren?
La gata maulló complacida y empezó a correr alrededor de sus amigos. Esta vez, Timmy se limitó a contemplar a su amiga sin perseguirla. Antes de que se dieran cuenta, estaban los cuatro de vuelta en su compartimento, como si nada hubiera pasado.
—¿Ha sido real? —preguntó Tammy temblorosa.
—¡Por supuesto que sí! —respondió Tommy.
—¡Pero yo no soy una hechicera y ese monstruo …! —gritó Tammy, incapaz de terminar la frase. Era demasiado horroroso.
—Tranquilízate, ven siéntate conmigo —pidió Tommy. La muchacha le obedeció, dejando que la reconfortara con sus fuertes brazos —. Sí eres una hechicera, una muy especial, porque no existen muchas magas de la música ahora mismo. Es un don único y muy preciado. No muchos se dan cuenta de que lo poseen. En cuanto a ese monstruo, era un mago que quiso apoderarse del mundo.
—¿Tú le derrotaste? — preguntó Tammy.
—Yo y unos cuantos más, pero, sí Temmy y yo fuimos los que le desterramos —asintió Tommy.
—¿Volverá?
—No, estoy seguro de que no. Le has desterrado muy lejos mi pequeña hechicera —aseguró Tommy, besándola de nuevo.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Tammy.
—Irme a casa —suspiró Tommy abatido. Ante la mirada de desconcierto de Tammy, Tommy rió —es que mis padres no estarán, tienen mucho trabajo en Navidades ayudando a que todo el mundo se reúna con sus familias. A veces hace falta un poco de magia para eso.
—Ven a mi casa —ofreció Tammy.
—¿Pero?
—Nada de peros —interrumpió la muchacha —eres mi novio, ¿no?
—Siempre.
—Entonces serás bienvenido en mi casa —aseguró Tammy, devolviéndole el beso.
Ambos muchachos dejaron que el tren los llevara a Providence, con sus mascotas acomodadas en sus regazos y ellos unidos en un profundo abrazo. Tammy sintió que aquellas iban a ser unas Navidades mágicas.
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