LUNES DE CUENTOS: HOY UNA AVANCE DE NÓCTEM
Hola de nuevo mis queridos lectores,
Hoy en lugar de un cuento, voy a compartir con vosotros el prólogo de mi novela Nóctem.
¡Espero vuestros comentarios!
Y si os gusta, quizá comparta un poquito más con vosotros...
PRÓLOGO
El
guijarro rodó por el acantilado hasta sumergirse en las aguas del río Vunn. La
muchacha siguió su caída con los ojos hasta que lo perdió de vista. Aburrida,
alzó la mirada para encontrarse con las luces de la ciudad de Verania. No le
gustaban. ¿Por qué le había traído aquí su padre? Él y el resto de los nóctems
se encontraban reunidos frente al sendero que descendía hasta la orilla del
río. Volvió a mirar la ciudad. Desde su posición podía ver el reflejo de la
cúpula de protección que rodeaba la península Shekún. Según le había contado su
madre, los áurins alzaron esa barrera durante la Gran Guerra para protegerse de
los nóctems. ¡Qué estúpidos! Lo único que habían conseguido era aislarse en su
pequeño mundo.
Se
tumbó para contemplar las estrellas. ¿Los áurins podrían verlas igual que
ellos? Seguro que no. El escudo alteraría sus brillos. A lo mejor ni siquiera
las veían. Ellos se lo perdían. Eran preciosas. Formaban siluetas en el cielo
que podías adivinar. Ahí estaba la constelación de Kérlok, el primer nóctem. Y
ahí la constelación del dragón. Lanzó una fugaz mirada al anciano animal que
descansaba enroscado junto a sus armas. A veces soñaba que alcanzaba las
estrellas con Val-Hal, aunque los dragones no pudieran volar tan alto. Pero
Val-Hal no parecía muy dispuesto a perseguir su sueño. Un viento gélido le
obligó a levantar la solapa de su abrigo. Enfurruñada, volvió a lanzar una
fugaz mirada a su padre. Estaban discutiendo algo. Pero más le valía no acercarse
si no quería meterse en problemas. Las nubes cubrieron el cielo, tapando su
único entretenimiento.
Las
gotas de lluvia llegaron de improviso y con fuerza. Corrió a refugiarse entre
las garras de Val-Hal. Odiaba la lluvia. No podía usar su capacidad para
manipular la energía si estaba mojado. El resultado era una autoelectrocución
instantánea. Qué bien, ahora ni siquiera podía matar el rato haciendo bolas de
luz o lanzando rayos contra las piedras. Aunque si su padre le pillaba
haciéndolo, la bronca también sería monumental.
En
serio, ¿por qué le había traído su padre hasta allí? No servía para nada. Ni
siquiera tenía que vigilar las armas, de eso ya se encargaba Val-Hal. Su padre
se plantó delante de ella, dándole un susto monumental. Era el nóctem más
sigiloso que conocía.
—Quédate
junto a Val-Hal —ordenó Kresh. Su voz dejaba a las claras que no admitiría
protestas, pero la muchacha no pudo contenerse.
—¿Por
qué?, ¿dónde vais? —preguntó, al ver que sus compañeros desaparecían por el
acantilado siguiendo el estrecho sendero.
—No es
asunto tuyo.
Su padre se marchó, dejándole todavía más enfurruñada. Tuvo que
usar toda su fuerza de voluntad para contener las chispas que su rabia
desencadenaba. ¡Maldita sea! Ni siquiera le había pedido que vigilara o que
hiciera nada. ¡Por todos los dragones del inframundo! ¿Para qué le había
obligado a acompañarle? Se dio cuenta del motivo y se quedó helada. Solo era un
fardo con el que su padre tenía que cargar. Aquella noche su madre estaba en la
asamblea del Consejo de los Ancianos en el Asentamiento de los Altos. No estaba
muy lejos de su asentamiento, pero si no hubiera ido con su padre, se habría
tenido que quedar en casa. Sola. ¡Por todos los dragones, ¡no era una inútil! A
su edad, muchos de sus compañeros ya habían hecho las pruebas. Algunos, incluso
se habían convertido en cazadores. ¿Cuándo iban a darse cuenta de que no era
ninguna cría?
Un enorme estruendo
reclamó su atención, muy a su pesar. Asqueada levantó la vista hacia el cielo.
Dos luces brillantes se acercaban a la cúpula desde el interior de la península
de Shekún. Se incorporó, ignorando la lluvia. Dos engendros mecánicos sobrevolaron
sus cabezas sin reparar en la muchacha o el dragón. ¿Qué demonios era aquello?
Krínera le había hablado de una especie de barcos mecánicos que volaban, pero
no la había creído. Los áurins no podían haber fabricado algo así. Aterrada,
sus ojos siguieron la dirección de las naves. Iban directos hacia el
Asentamiento de los Altos. ¡Su madre estaba allí!
Sin pensárselo dos
veces saltó a la grupa de Val-Hal. El dragón alzó el vuelo, percibiendo el
temor de su pequeña jinete. Nunca supo decir cuanto tardaron en alcanzar su
destino, lo que sí recordaría para siempre sería la horrible imagen que
contemplaría al llegar. Los dos monstruos mecánicos habían aterrizado en la
plaza. Justo en el centro, un grupo de áurins inspeccionaba un cadáver. La
lluvia le impedía reconocerlo, aun así, lo supo. El cuerpo calcinado de su
madre todavía humeaba. Un grito desgarrador surgió de su garganta, ahogando
todo sonido. Los áurins se revolvieron para quedar enfrentados a una enorme
bola de luz. Nunca vieron al dragón ni a la muchacha que lo montaba. Solo la
luz cegadora que manaba de ellos. Una explosión arrasó la plaza, sin tocar ni
un solo cabello del cuerpo de su madre. Los áurins, convertidos en polvo,
fueron barridos por la lluvia y el viento, a los que la muchacha y el dragón
permanecían ajenos.
La
joven se desvaneció sobre el dragón que, rejuvenecido por la energía, se posó
junto al cuerpo de la nóctem. Una lágrima resbaló por la mejilla del dragón. La
enorme bestia se enroscó junto a la nóctem, con la muchacha dormida en su lomo.
¡Hasta la próxima!



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